En El Señor de la Sierra, Ramón Amaya Amador nos relata cómo los pueblos Lencas, Chortís, Xicaques y Mayas, entre otros, se unen para defenderse del hombre blanco que superándolos en armamento y estrategia llega a invadir sus tierras, a esclavizar, violar y saquear.
El escritor resalta la determinación de un pueblo que lucha por la libertad y contra los abusos de la intervención extranjera, con el liderazgo de los Halach Uinic pero también con el papel determinante de las mujeres, encarnadas en Lixapú, quien rescata “la Sagrada Cabeza del Señor de la Sierra”.
“La esclavitud no se ha hecho para nosotros que hemos nacido libres, que somos la libertad”, Amaya Amador nos trae desde la gesta ancestral hasta nuestros días el grito irredento de un pueblo que se expresa en la gesta morazánica, en la huelga de 1954 y en la actual Resistencia Popular contra la explotación y la opresión. Donde los hijos de Lempira organizados en el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) junto a todo el pueblo emulan al gran Señor de la Sierra.