Publicado originalmente en 1985, Figuras de agradable demencia, el tercero de los libros de Roberto Castillo, supuso la confirmación de este autor como uno de los mejores exponentes de la narrativa hondureña en aquel momento. Los escenarios de estos cuentos vuelven a ser esos lugares reconocibles no solamente del paisaje hondureño, como la San Pedro Sula donde el autor vivió algunos años de su infancia, sino también del particular mundo ficcional creado por Castillo en su primer libro, Subida al cielo y otros cuentos (1980). Tirilo, Roque Chilipuco y Cachete Inflamado, los cipotes comedores de tinguros en el cuento con que abre el libro; don Juan Diego Eleudómino de la Luz Morales, «el loco divino» que tenía revelaciones con el Padre Eterno; o el Atarantado, el muchacho retraído que descubre su sexualidad con las picahielo en el último de los relatos, se erigen como símbolos de «la hondureñidad», reconocible en las anécdotas y las formas de pensar y de actuar de los curiosos y entrañables personajes que desfilan por las ocho narraciones de este magistral libro. Nuevamente la conjunción armoniosa de fondo y forma están aquí al servicio de la buena literatura, pues a la par de las sugerentes y divertidas historias están el lenguaje, el humor y una amplia gama de recursos narrativos para mostrarnos por qué Roberto Castillo es considerado en la actualidad un clásico de la literatura hondureña.