Marco Aurelio, el último de los emperadores romanos de la Edad de Oro de la Roma Imperial, demostró un profundo interés por la filosofía desde su juventud. Trabajó diligentemente para alinear su vida y sus acciones con los preceptos del estoicismo, pero irónicamente, a pesar de su inclinación pacífica, pasó gran parte de sus casi dos décadas de gobierno en constantes conflictos contra las tribus bárbaras. Pese a ello, en los breves interludios entre las contiendas, encontró tiempo para plasmar en griego una obra profundamente introspectiva (Meditaciones), que se convirtió en una compilación personal de principios estoicos donde medita acerca de lo ineludible de las cosas, la búsqueda de la virtud, las limitaciones de la vida humana, la efímera naturaleza del tiempo y la fama, así como sobre la conducta apropiada ante la vida.
Marco Aurelio postula melancólicamente en el Libro III, 33: «Todas las cosas son efímeras y pronto un total olvido las cubre y sepulta». Sin embargo, el emperador-filósofo erró en su predicción, pues sus reflexiones mantienen plena vigencia incluso casi dos milenios después de su muerte. Sus palabras aún tienen el poder de transformar las vidas de millones de lectores actuales.